Criar a un adolescente puede sentirse como caminar sobre una cuerda floja. Lo que antes funcionaba, ya no es efectivo. Los hijos que solían buscar refugio en los padres, ahora parecen querer alejarse, marcar su propio territorio y desafiar normas establecidas. Pero este proceso, aunque desafiante, es natural y necesario para su desarrollo. La adolescencia es la etapa de la vida en la que se gesta la identidad, se exploran nuevos mundos, y se experimenta una lucha constante entre la necesidad de independencia y el deseo –a veces oculto– de seguir contando con el respaldo incondicional de los padres.
Desde la orientación familiar, observamos con frecuencia ciertos patrones de comportamiento que, aunque bien intencionados, pueden dificultar la crianza saludable de los adolescentes. Identificar estos errores es el primer paso para corregir el rumbo y ofrecer a los hijos el acompañamiento que realmente necesitan. A continuación, analizamos los tres errores más comunes que cometen los padres en esta etapa, sus consecuencias, y cómo evitarlos de manera práctica.
1. Dejarles hacer todo lo que desean: la trampa de la permisividad
Uno de los errores más comunes es caer en la permisividad extrema, dejando que los adolescentes hagan lo que deseen, sin mayores restricciones. Esta actitud puede surgir de varios factores: miedo al rechazo, culpa por no pasar suficiente tiempo con ellos, o la creencia equivocada de que necesitan «libertad total» para madurar.
En realidad, los adolescentes necesitan límites claros, coherentes y firmes. Lejos de ser una forma de opresión, los límites brindan seguridad. Saber qué está permitido y qué no, les ayuda a comprender el mundo, a manejar la frustración y a tomar decisiones responsables. Cuando no hay normas, o estas cambian constantemente, los adolescentes pueden sentirse inseguros y desorientados, y en algunos casos, llegar a situaciones de riesgo, como el consumo de sustancias, malas compañías, o problemas de rendimiento escolar.
¿Qué hacer?
Establecer reglas claras en casa es fundamental. Estas deben ser conocidas por todos y aplicarse de forma constante. No se trata de imponer normas rígidas, sino de construirlas en conjunto, permitiendo que los adolescentes participen, expresen su opinión y comprendan la razón de cada límite. Además, es importante que las consecuencias por romper las reglas sean proporcionales, respetuosas y educativas, no castigos desmedidos que generen resentimiento.
Consejo práctico: Conversar sobre normas y consecuencias en un momento de calma, no en medio de un conflicto. Preguntarles qué opinan sobre ciertos límites y cómo creen que deberían actuar si se equivocan, les ayuda a desarrollar responsabilidad.
2. No respetar su identidad: negar su proceso de autodescubrimiento
Durante la adolescencia, los jóvenes están en plena búsqueda de su identidad. Es normal que cambien de gustos, estilos, amistades y hasta formas de pensar. En este proceso, pueden adoptar posturas que no siempre son del agrado de los padres, pero que son parte de su crecimiento.
Un error frecuente es no respetar estas diferencias, queriendo imponer lo que los padres consideran «correcto» o «adecuado». Esta actitud puede ser sutil –a través de críticas constantes, comparaciones o burlas– o abierta, con prohibiciones tajantes sobre su forma de vestir, sus intereses, o sus opiniones. La consecuencia de este error es que los adolescentes sienten que no son aceptados por quienes son, lo que puede dañar profundamente su autoestima y su relación con la familia.
¿Qué hacer?
Aceptar que los hijos no son una copia de los padres es esencial. Cada adolescente tiene derecho a explorar y definir su identidad. Aunque no siempre se compartan sus elecciones, es importante mostrar respeto y apoyo. Esto no significa que se deba aprobar todo, sino más bien ofrecer un espacio de diálogo, donde puedan explicar sus razones y sentirse escuchados.
Consejo práctico: Evitar frases como “eso es una tontería”, y en su lugar, preguntar “¿qué te gusta de eso?” o “¿cómo te hace sentir?”. Estas preguntas abren la puerta a una conversación sincera y menos confrontativa.
3. No estar pendientes de ellos y lo que necesitan: la presencia ausente
Con la entrada en la adolescencia, muchos padres cometen el error de “desaparecer” emocionalmente. Pueden pensar que ya no necesitan estar tan presentes, que los hijos deben valerse por sí mismos, o que mientras estén en su habitación y no causen problemas, todo está bien.
Nada más lejos de la realidad. Los adolescentes, aunque reclamen privacidad y espacio, necesitan saber que sus padres están ahí. Estar pendientes de ellos no es invadir su espacio, sino interesarse genuinamente por su vida: cómo se sienten, qué les preocupa, cómo les va con sus amigos, en la escuela, o en sus actividades.
La falta de atención puede llevarlos a buscar validación fuera del hogar, en personas o ambientes que no siempre son los más adecuados. Además, puede hacer que enfrenten sus problemas solos, sintiéndose incomprendidos o aislados.
¿Qué hacer?
Mantener canales de comunicación abiertos. Esto no significa tener largas conversaciones todos los días, sino estar disponibles, mostrar interés, hacer preguntas sin juzgar y estar dispuestos a escuchar más que a corregir. Es clave crear momentos para compartir, ya sea una comida, una salida, o una actividad que les guste a ambos.
Consejo práctico: Establecer pequeños rituales familiares, como cenar juntos sin pantallas o tener un momento semanal para hablar de lo que cada uno ha vivido. Estos espacios fortalecen el vínculo y les hacen sentir acompañados.
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Presencia, respeto y límites amorosos
La crianza de adolescentes no es una tarea sencilla, pero sí es una oportunidad invaluable para construir una relación sólida y duradera. Evitar caer en la permisividad, aprender a respetar su proceso de autodescubrimiento y estar presentes de manera activa, son pilares fundamentales para acompañarlos en esta etapa.
Desde la orientación familiar, siempre recordamos que no se trata de ser padres perfectos, sino padres conscientes y comprometidos. Los adolescentes valoran más de lo que parece la guía, el afecto y la coherencia. Ellos necesitan límites, pero también necesitan sentirse aceptados y comprendidos. Necesitan libertad, pero con un marco de seguridad emocional.
Acompañarlos con amor, escuchar sus necesidades, y respetar su identidad, es el mejor regalo que podemos darles para que crezcan como adultos plenos, responsables y con una fuerte base emocional. Al final del día, lo que más recordarán no serán las normas estrictas o las discusiones, sino cómo les hicimos sentir y cuánto creímos en ellos.