¿Estamos ante una sociedad depresiva? Los sistemas de salud reportan un aumento en los índices de depresión, sin duda es un tema que tenemos que analizar como sociedad, pues nos afecta a todos y en cada uno de los ámbitos de la vida. En este ensayo, analizaremos el problema tomando como referencia el ensayo de Tony Anatrella: ¿Una sociedad depresiva? Analizaremos también el fenómeno de la depresión como enfermedad, y cómo nuestra propia sociedad puede estar auto construyendo un sistema que predisponga a sus integrantes a alcanzar puntos depresivos debido a la definición de “felicidad” que pretende que sus integrantes alcancen. Veremos también como, si bien las sociedades no pueden deprimirse, sí lo hacen los individuos, los cuales reflejan en la imagen de la sociedad sus dolencias personales.
Finalmente, si nuestra sociedad está enferma, es porque su base lo está: la familia, pues la sociedad se construye sobre sus familias.
Hablaremos entonces del tema de la familia y su importancia para la construcción de una verdadera sociedad sana donde sus integrantes sean capaces de buscar y alcanzar la verdadera felicidad.
Abordaremos el tema de la depresión en la sociedad desde los siguientes 4 puntos:
- ¿Qué es la depresión?
- Nuestro modelo de desarrollo humano, ¿nos está haciendo propensos a la depresión?
- La sociedad, un reflejo de nuestras dolencias.
- La importancia de la familia en el desarrollo sano del individuo y de la sociedad.
¿Qué es la depresión?
Para abordar el tema, primeramente, debemos describir qué es una depresión. Cuando se habla de depresión, para la mayoría de las personas es casi inevitable asociarla con un estado de tristeza.
Cuando una persona se encuentra en depresión, puede experimentar algunos de los siguientes síntomas:
- Pérdida de interés o placer en las actividades habituales.
- Carencia de energía y actividad que puede llegar a la apatía.
- Pérdida de apetito o de peso, en algunos casos puede existir aumento de apetito.
- Trastornos del sueño, insomnio o a veces dormir mucho pero de manera irregular.
- Disminución del deseo sexual.
- Dificultad en concentrarse y razonar.
- Sentimiento de culpa, incapacidad y ruina.
- Pensamiento o deseos de morirse o ideas de suicidio.
- En casos severos, pueden existir cuadros delirantes de contenido culposo y catastrófico. (Grecco Eduardo H, 2010).
Casi todas las personas han experimentado cierto grado de depresión, la cual generalmente está asociada con algún hecho externo tal como la pérdida de algo considerado como un bien o la pérdida de alguien importante en su vida. Esta forma de depresión se conoce como “depresión reactiva” porque ocurre como respuesta a los hechos del mundo (Carlson Neil R, 1997).
Existe otro tipo de depresión la cual no está directamente relacionada con el medio ambiente sino más bien con el mal funcionamiento de un componente fisiológico en la persona. Esta forma de depresión es mayormente observada en los desórdenes afectivos mayores. Más que una reacción al ambiente parece ser una característica intrínseca de la persona, por ello se conoce como depresión endógena (Carlson Neil R, 1997).
Debido a que la depresión endógena corresponde más bien a un problema de índole Psiquiátrico y no Psicológico, nos enfocaremos en la llamada “depresión reactiva”.
Según el Diccionario de la Lengua Española, se define sociedad como reunión de personas, familia o naciones. (Anónimo, 1990).
Como lo dice Tony Anatrella en su ensayo “¿Una sociedad depresiva?”, son las personas las que se deprimen y no las sociedades, ya que estas últimas son un reflejo de sus integrantes.
Ciertamente, el índice de personas diagnosticadas con depresión ha ido en aumento. Sin embargo, no sabemos a ciencia cierta si actualmente se deprimen más personas que en el pasado o si tenemos esta percepción debido a que hasta ahora se están documentando los casos. También podría deberse a que los individuos se muestran más abiertos a comunicar sus emociones.
Lo que sí parece claro es que la relevancia de la depresión en nuestra sociedad ha aumentado y el tema se desarrolla con mayor frecuencia e interés por parte de las autoridades de salud y por las mismas personas que desean una mayor calidad de vida.
Si bien, al no contar con estadísticas de buena calidad con respecto a la depresión en el pasado, sí podemos analizar algunos de los factores en nuestra sociedad actual que podrían estar contribuyendo a que los individuos se muestren depresivos.
Nuestro modelo de desarrollo humano, ¿nos está haciendo propensos a la depresión?
En el corazón de todo ser humano, está el deseo de alcanzar la felicidad; por tal motivo, nuestros actos están orientados a alcanzarla. Hacemos grandes esfuerzos por ello, creamos modelos de educación y artilugios que nos permitan “facilitar” el camino hacia la felicidad.
El concepto de felicidad que se reafirma constantemente en nuestra sociedad tiene más en común con un producto final y definitivo que se puede poseer que con un proceso que se elabora paso a paso y se va conquistando a lo largo de la vida. Un ejemplo de ello puede verse en la publicidad, la cual promete ser más feliz si compras sus productos o servicios; por ejemplo hay anuncios que prometen por la compra de sus productos momentos de felicidad. Junto a sus mensajes, aparecen imágenes de personas sonriendo, dando la impresión de que lo que dicen es cierto pues ya otras personas “la han comprado”.
Las grandes compañías suelen invertir mucho dinero estudiando a sus clientes y el mercado; en su afán por lograr incrementar sus ventas, usan toda la información disponible para lograr persuadir a los clientes potenciales de consumir sus productos, así como retener en un círculo de consumo a quienes ya forman parte de su clientela habitual. El conocimiento proporcionado por la psicología acerca del ser humano y su conducta suele ser utilizado para fines comerciales por las compañías. Es así como el conductismo es utilizado para crear una asociación entre el consumo de sus productos y un estado de “felicidad”. Se ve en los anuncios cómo se aprovecha el deseo interno del ser humano por “poseer” la felicidad, con lo cual lo llevan a consumir productos y servicios. Por ejemplo, durante el consumo del azúcar se produce un pico “temporal” de bienestar, el cual queda guardado en los recuerdos de la persona. Las compañías entonces que ofrecen productos de este tipo le “recuerdan” al cliente mediante sus anuncios publicitarios que pueden experimentar un estado de “felicidad” con el consumo de ellos, generando un condicionamiento al recibir el anuncio.
Cuando tienes a la mayoría de las empresas recurriendo a estas estrategias conductistas, en las cuales se le hace creer a la gente que la “felicidad” puede ser comprada, es fácil comprender la tendencia actual de las personas a consumir productos, pues creen que tras ellos viene la “felicidad”.
¿Realmente se puede comprar la felicidad? Tras la compra de productos, si bien se puede experimentar un estado temporal de bienestar, el individuo volverá a tener sed de ésta, pues realmente no es un producto y por lo tanto no se puede comprar. El individuo puede caer presa de un círculo vicioso compra-bienestar-compra, todo en una busca constante por alcanzarla y para esto siempre va a necesitar más dinero, sacrificando muchas veces áreas fundamentales en la vida del ser humano como su familia, su propia salud, su tiempo personal recreativo y hasta su propia espiritualidad.
Para comprender el por qué las personas intentan comprar la “felicidad”, debemos entender realmente ¿Qué es la felicidad? Según el Catecismo de la Iglesia Católica, en su numeral 1718, las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer. Se puede deducir entonces, que la verdadera felicidad es alcanzada por el ser humano cuando llega a la contemplación de Dios a través de la vivencia de las bienaventuranzas. Curiosamente, la experiencia de las bienaventuranzas está en contraposición a la forma de alcanzar la felicidad según el modelo actual de la sociedad, la cual enfatiza que la persona más feliz es aquella que alcanza el éxito financiero (poseer mucho dinero), el poder y la fama (mismas tentaciones que recibió Jesús); tema que según la teoría del psicólogo Jung es conservado en el inconsciente colectivo. Jung pensaba que tal y como acumulamos y guardamos todas nuestras experiencias en el inconsciente personal, el género humano, como especie, también almacena las experiencias de la especie humana y la pre-humana en el inconsciente colectivo. Este legado va pasando de generación en generación. El pasado primitivo del hombre se convierte en la base de la psique humana, la cual dirige la conducta presente e influye en ella (Schultz D. y Schultz S. 2010).
Es interesante observar algunas veces el rostro de este inconsciente colectivo en los medios de comunicación y entretenimiento (películas, novelas y otros) en los cuáles se muestran como socialmente correcto y deseable el dinero, el poder y la fama. Es con esta “educación” con la que crecemos e intentamos sobrevivir en nuestra sociedad.
Pareciera entonces que la constante insatisfacción y frustración tras intentar alcanzar una “felicidad” donde ésta no existe, puede ser una de las causas de que las personas finalmente caigan en depresión. Pero, si no alcanzamos la “felicidad” porque tenemos la definición equivocada de la misma, ¿Por qué en nuestro inconsciente colectivo seguimos manteniendo esa misma idea incorrecta?
La respuesta podría venir de la base misma de la sociedad: la familia. Durante las últimas décadas, estudios realizados en el país por instituciones como la Unidad de Inteligencia de Datos del Grupo Nación, entre otras, muestran un claro aumento en la tendencia de divorcios (La Nación, 2017). Hogares separados significa un mayor alejamiento del padre con respecto a sus hijos debido a que la madre usualmente conserva la custodia de estos (La Nación, 2017).
Al perderse el protagonismo de la figura paterna durante la crianza de los hijos, los mismos se privan de una parte importante de su desarrollo. Dichas carencias se agudizan sobre todo hacia la adolescencia, en la que según el psicólogo Erik Erikson, es la etapa en la que tenemos que encarar y resolver la crisis básica de la identidad del yo. Es cuando formamos nuestra autoimagen, o sea, que integramos lo que pensamos de nosotros mismos y lo que la gente piensa de nosotros. Si este proceso se resuelve satisfactoriamente, el resultado será una imagen congruente y constante (Schultz D. y Schultz S. 2010).
Anotemos esta definición de Erikson (Cohesión de identidad vs confusión de roles) y guardémosla por un instante para incorporar otro interesante concepto. El padre introduce al hijo en el aspecto más filosófico de su existencia y le ayuda a construir un modo de interpretar la vida que le pueda guiar en su propia realización personal. Favorece el nacimiento en su hijo del razonamiento valorativo, de la percepción y el gusto por lo que es justo y verdadero (Poli Osvaldo., 2013).
Juntos, Erikson y Osvaldo, parecen tener la clave para comprender el origen del problema. Según Erikson, el adolescente está en proceso de formar su autoimagen (lo que piensa de sí mismo vs lo que piensan los otros de él), resolver satisfactoriamente esta etapa significa saber bien quién se es y por lo tanto hacia dónde se dirige; no resolverlo significa que no se conoce quién es en realidad, a dónde pertenece, ni a dónde quiere ir. Es aquí donde se observa con claridad la importancia del rol del padre en la crianza del hijo, al prepararlo para saber valorar y discernir entre lo que es superfluo y temporal de aquello que le lleva hacia la verdadera felicidad. La sana experiencia de crianza de un padre hacia su hijo, le da las herramientas necesarias para tomar decisiones razonadas, no tener expectativas irreales sobre las cosas temporales y no buscar la felicidad en ellas. Al no poner la esperanza en el lugar incorrecto, la posibilidad de vivir una decepción a niveles depresivos disminuye considerablemente, pues no se va a esperar más de un objeto que lo que este realmente puede dar.
La no resolución de la etapa de Erikson (Cohesión de identidad vs confusión de roles) también significa que el individuo carece de un verdadero sentido de dirección en la vida. Esto afecta notoriamente el rol de liderazgo en las personas, las cuales en lugar de romper el círculo vicioso compra-felicidad-compra, se tornan en un eslabón más del sistema consumista, contribuyendo al mantenimiento y expansión de este.
Sin querer profundizar mucho más en el tema, me gustaría plantear una inquietud que pareciera estar relacionada con este ciclo de compra-felicidad-compra y cómo esto parece estar afectando a la familia. En el afán de las personas por alcanzar ese estado de “felicidad” permanente, estas se centran en trabajar para tener, pues nunca parece ser suficiente. Esto último, aunado a la presión social de que la mujer debe hacer algo fuera de la casa para ser llamada exitosa, parece estar empujando a las mujeres a salir del hogar para sumar su ingreso al del hombre y así poder pagar todo lo que se “debe tener” y buscar más. Padres más ocupados en labores fuera del hogar, hijos criados por terceros fuera del núcleo familiar o incluso “engavetados” dentro de alguna institución del sistema educativo hasta altas horas de la tarde, parece estar ocasionando hijos más solos en su proceso educativo y por lo tanto más propensos a ser educados (adoctrinados) por este sistema social que promueve el poseer bienes como la fuente de la “felicidad” y donde el egoísmo del “yo es primero que todo” pareciera encontrar también un terreno fértil.
Quisiera hacer una escala en el tema del sistema educativo. Se dice que hoy día tenemos un menor índice de analfabetismo; me atrevería a decir que la escuela también ha contribuido con el desarrollo de una sociedad más egoísta y consumista. El sistema educativo plantea justamente eso: un sistema a seguir. Si bien su objetivo debería ser apoyar en el aprendizaje académico (currículum), también influye en el desarrollo de nuestro sistema de creencias (currículum oculto), es en éste último donde quisiera enfocarme ahora.
Por currículum oculto, me refiero a la transmisión de normas, valores y creencias, los cuales son enseñados indirectamente dentro del programa académico formal en las instituciones educativas. Es así, por ejemplo, como la escuela ciertamente debe enseñar el sistema reproductor humano desde el punto de vista científico. Sin embargo, también se toma la atribución de enseñar muchas veces que el placer sexual puede ser buscado sin importar la forma o inclusive el fin del mismo. Por ejemplo, se promueve el uso del condón como una alternativa al acceso del sexo “seguro” en el caso de que un encuentro sexual resulte “inevitable” aun cuando las personas involucradas no se encuentren listas emocional, financiera y físicamente.
El conductismo es una de las formas favoritas para implementar este currículum oculto en el sistema educativo. Mediante esquemas de premio – castigo, se incentiva o se restringe una conducta y una forma de pensar.
Podemos ver el incentivo o restricción de una conducta, por ejemplo, al premiar públicamente al mejor promedio, pretendiendo reconocer al estudiante sus logros académicos (currículum) se le enseña también que las notas que se obtienen son un medio para obtener fama y prestigio, logrando en muchos casos que el estudiante desee seguir en ese grupo por el reconocimiento social más que por la satisfacción personal de haber realizado un buen trabajo (currículum oculto). Lo anterior, al promover el deseo de permanecer en ese “selecto grupo”, puede crear un ambiente de “competencia” aparentemente sana al promover buenas notas, pero indirectamente insana al promover la segregación de grupos (presión social por la aceptación), el egoísmo (no comparto lo que sé para tener ventaja competitiva), la castración de su propia identidad y potenciales (sigue el sistema tal y como te lo mostramos y serás recompensado) y tu valor está en función de las notas que obtienes y no por lo que eres (ser siempre el mejor = éxito). Todo esto crea una presión excesiva por mantener el “estado” con el cual el estudiante se va preparando para “la vida”, patrones que intentará replicar en su etapa adulta pues se le enseño que el éxito es como se sobrevive en la sociedad, concepto de éxito enseñado en la escuela, y éxito es igual a “felicidad”.
El sistema educativo está más reforzado a promover el concepto del “éxito” individual en lugar del “éxito” colectivo. Las notas finales (éxito) dependen del individuo: ayudar al otro en ocasiones es “trampa” (egoísmo); mientras mis notas estén bien, todo está bien, sin importar si otros en el grupo no lo logran (falta de compromiso); aun cuando no todos tenemos las mismas características, el sistema tiene la misma forma de evaluar para todos, si tienes a un elefante y a un mono frente al profesor no pidas que el éxito este en función de quien trepa al árbol más rápido, esto hace a la persona insensible a las necesidades o carencias de sus semejantes (la injusticia está bien).
Ante tales enseñanzas, no nos extrañemos por tener una sociedad egoísta y sin compromiso, en la cual los matrimonios se separan ante la más mínima dificultad debido a que el éxito individual (mi felicidad) está por encima del éxito familiar (la felicidad de todos en la familia).
Nuevamente aparece en escena el problema: familias rotas, hijos más propensos a ser adoctrinados por este sistema de creencias y valores que nos definen el “éxito” según nuestra sociedad como concepto de “felicidad”.
Dios es amor (1 Juan 4:8) y el amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Corintios 13:4-7).
Como vemos, Dios es todo lo opuesto al modelo social de “éxito” con el cual hemos sido adoctrinados, ante tal situación Dios simplemente no tiene cabida en el sistema. ¿La solución del sistema? Estorba, así que sáquenlo. Sáquenlo de las escuelas, sáquenlo de los medios de comunicación, sáquenlo del sistema legal, sáquenlo de la sociedad. La sociedad, entonces, está buscando la “felicidad” que viene tras el “éxito” en la dirección opuesta a donde Dios nos dice que está.
La sociedad, un reflejo de nuestras dolencias.
Las personas buscan la felicidad según el modelo social del “éxito”, al estar esta basada en la capacidad de tener cosas pasajeras, temporales, efímeras, la felicidad se esfuma constantemente entre las manos, pues la vida tiene dificultades, las cosas no son perfectas y es imposible mantener un perpetuo estado ilusorio de éxito y bienestar tal y como el sistema nos lo definió. Al mismo tiempo sin Dios no hay fe, sin fe no hay esperanza, la sombra de la depresión hace su aparición.
¿Hay desesperanza o depresión en la sociedad? Llama la atención mirar las películas en el cine, donde los temas Zombi y apocalípticos han encontrado tanta aceptación. Están de moda y parecen ir en ascenso. Temas donde la muerte y la destrucción son factores comunes, no se ve un futuro prometedor sino obscuro que alimenta nuevamente el círculo vicioso donde se refleja la desesperanza de la sociedad actual y a la vez refuerza (conductismo) en las nuevas generaciones las mismas enseñanzas y la forma de ver y enfrentar la vida.
La importancia de la familia en el desarrollo sano del individuo y de la sociedad.
La familia es la base de la sociedad. ¿Queremos sociedades sanas? Necesitamos familias sanas. Es en la familia donde debe educarse a los hijos en virtudes capaces de construir Sociedad. La familia debe preparar a sus miembros para ser integrantes activos de la misma, capaces de generar valor agregado, diferenciación, liderazgo sano donde todos cuentan, capaces de razonar en lugar de ser un engranaje más del sistema consumista, individualista, narcisista y donde el “éxito” prometido no es más que un espejismo temporal de la “felicidad”; sistema, que a base de la utilización del conductismo, pretende crear simples seres sin criterio propio, presas de lo que el inconsciente colectivo les dicte.
En la familia, los hijos deben aprender cuál es el verdadero fin último del Hombre: Dios, amor donde radica la verdadera felicidad, soporte incluso cuando el amor de padre o madre falla. Sin alcanzar esta verdadera felicidad, tarde o temprano el ser humano caerá en la depresión.
Conclusión
¿Las sociedades se deprimen? No, se deprimen los individuos que la integran. La definición de “felicidad” alcanzada por medio del “éxito” socialmente definido (poder, fama y fortuna), hace que sus individuos la busquen sin éxito incesantemente, pues la misma es efímera; esto produce en el individuo niveles altos de estrés, decepción e insatisfacción (depresión).
Dios es el fin último del Hombre, donde éste alcanzará la verdadera y perpetua felicidad. La familia es la llamada a enseñar esta verdad con el fin de formar personas con una identidad propia bien definida y que tengan dirección en su vida. Personas que a través del razonamiento no sean una presa más dentro del actual sistema egoísta, narcisista y consumista.
Finalmente para la reflexión, la esperanza para la sociedad se encuentra en familias sanas que cumplan con su deber de ser comunidades de vida y amor (iglesia doméstica), si estas no funcionan como dichas comunidades, entonces, ¿Quién asumirá ese rol?